Para José no había lugar a dudas.
La doncella con la que estaba desposado (María) había concebido y
esperaba el nacimiento de un hijo. ¡Mayúsculo problema! La única
explicación razonable era que María había tenido una relación ilícita
con otro hombre.
José, que respetaba y amaba a la
virgen de Nazaret, no queriendo denunciarla -esta decisión la habría
expuesto a muerte por lapidación-, «resolvió dejarla secretamente» (Mt.
1:19) - José su marido, como era justo, y no quería
infamarla, quiso dejarla secretamente. - Según toda lógica, no
había disyuntiva a la decisión de José.
Podemos imaginarnos la
perplejidad, la angustia agónica de aquel justo varón. Pero Dios estaba
obrando de modo sobrenatural: la concepción del niño alojado en el seno
de María era fruto del Espíritu Santo (Mt. 1:20). - Y pensando
él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en
ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
La experiencia de José nos enseña
que la razón humana tiene unos límites. Quien no tiene límites es Dios,
infinito en recursos para cumplir sus propósitos, lo entiendan los
hombres o no.
Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el
Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá
y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios
con nosotros. MT. 1: 22-23
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